La angustiosa aventura de las vanguardias
Carlos Barbarito
escritor, Argentina
Vanguardia es promesa de infinitud. Todo será a partir
de ella, así aseguran sus manifiestos. Como nunca antes,
el arte moderno, desde 1910, se interna en lo que hasta entonces
sólo unos pocos habían sospechado.
El significado mismo del término vanguardia -grupo
que se adelanta del grueso hacia lo desconocido- resulta una
buena síntesis de sus propósitos. Es una aventura
tras del horizonte, en lo ignorado, de donde, seguramente,
se regresará trayendo felicidad, quién sabe qué
prodigios.
Pero la aventura resultó más problemática
de lo que a priori se creía. Lo que se presentaba
como iconoclasta acabó erigiendo nuevos ídolos.
El proceso desencadenado, escribe Adorno, acabó
por devorar las mismas categorías en cuyo nombre comenzara.
Resulta patético encontrar, a lo largo del febril
y complejo panorama de las vanguardias, a desesperados náufragos
y a viajeros extraviados aferrándose a cierto orden lejano
de lo que prometían al principio. Todo esto tal vez porque
una gran parte del arte de vanguardia creyó que con avanzar
bastaba y no se preocupó en atender un aspecto esencial
para la consideración del arte: la reflexión acerca
de contenidos, alcances y problemas.
En 1908, Worringer escribía tempranamente: Nuestras
investigaciones parten del supuesto de que la obra de arte se
halla al lado de la naturaleza como un organismo autónomo
equivalente y, en su más hondo ser, sin nexo con ella,
si es que por 'naturaleza'se entiende la superficie de las cosas."
(El énfasis es mío. CB). El genial discípulo
de Riegl, al leer en el espíritu de la época, observa
un componente esencial en el arte moderno, inseparable de la
idea de vanguardia, la autonomía.
El arte moderno, del que las vanguardias resultan un fenómeno
esencial, se resiste a ser copia servil o imitación de
la naturaleza, se convirtió a partir del postimpresionismo
en un organismo separado de la naturaleza, tratando de obtener
su misma o parecida consistencia.. Este salirse del mundo empírico
resulta incierta o directamente paródica: la pretendida
otra realidad, el pretendido supermundo, al carecer de la necesaria
consistencia, tuvo que reestablecer sus nexos con la realidad
para no agotarse. Así , el arte jugó , y juega,
un doble juego: por un lado, se opuso a lo establecido y, por
otro lado, se reconcilió con lo que decía combatir.
Esta contradicción resulta inseparable de la idea de
arte en el siglo XX. Toda reflexión debe tenerla en cuenta.
Vanguardia es sinónimo de movimiento. Por lo menos
hasta el Romanticismo el arte quedó limitado al estrecho
recinto de la escuela. A partir del Renacimiento, su esfera se
amplió e invadió lo hasta entonces vedado.
Escuela es tradición, un maestro, un método,
autoridad. Desde la antigua Grecia hasta entrado el siglo XIX,
el arte se da en escuelas, o en academias. Luego, el arte posee,
o intenta poseer, una Welstanchauung, una concepción
del mundo. El arte moderno tiende a conformar, ismos, movimientos.
Es decir, apela a lo que las escuelas obviaron: la historia,
preocupadas como estaban en la necesidad de transmitir a la posteridad
un sistema de trabajo, algunos secretos técnicos capaces
de superar al tiempo y sus mutaciones.
Para que el arte acabase con una historia de miles de años
debió acontecer algo, una crisis profunda. Una crisis
de la razón, como reza el título de un libro
publicado hace tiempo en Italia. ¿ A qué se llama
crisis de la razón y por qué , entre sus consecuencias,
está el surgimiento del arte moderno, del arte de vanguardia?
En la introducción al libro citado, Aldo Gargani habla
de la racionalidad clásica y del modo en que esa representación
tradicional de la razón humana fue puesta en tela de juicio
y luego sometida a un proceso del que ya no se recuperó
.
Dice Gargani que durante centenares de años la razón
se presentó con el aspecto de una estructura natural,
necesaria y apriorística. Frente a ella no había
alternativa posible porque su poder era ilimitado, ya que abarcaba
toda posibilidad cognitiva y toda posibilidad lógica.
Su discurso tenía un tono elevado, abstracto, sublime.
La escuela es fruto de esa razón, central, exclusiva,
invariable, ya codificada de antemano, que cada hombre sólo
podía acatar y legar. Uno de sus lemas era ars longa,
vita brevis. Este ideal absoluto, en el que caben todas las
posibilidades de la naturaleza y del pensamiento, encuentra su
clímax en el universo newtoniano en el que tiempo, espacio,
inercia y velocidad se encuentran signados por una suerte de
destino.
Esta razón se decía enraizada en la realidad
misma. Su confusión estuvo en creer que su instrumental
y procedimientos de carácter intelectual eran un símil
perfecto, sin contradicción ni grieta, de la realidad,
de las cosas y del comportamiento humano.
Gargani cita algunos ejemplos: la geometría euclidiana,
el universo newtoniano, las ideas de Joseph Butler que, en síntesis,
proponen un orden que, al predeterminar las cosas, se constituye
en ley que debía ser obedecida. Todo aquél que
intentaba oponerse a ella, al alterar un designio superior desde
siempre trazado, se convertía en un "monstruo moral".
Es Hilbert quien afirma que el modelo clásico no busca
verdad sino seguridad. Cree que su reflexión es
un duplicado, no un modo de conocer, del universo hasta el extremo
de considerar sus construcciones, con frecuencia, más
que leyes o ideas: cosas propias de la naturaleza.
Para esta concepción el cosmos se presenta como una
vasta unidad, sin contraste, sin diferenciación alguna.
Esta uniformidad, este ansia de absoluto, donde todo es naturaleza,
impregnó el saber humano durante siglos: filosofía,
física, química, economía política...
Pero ese orden sucumbió . La Gran Guerra fue el golpe
decisivo. Y de las ruínas, surgió un estado de
cosas inédito hasta entonces, que en su evolución
se fue complejizando, en el arte, a través de sucesivos,
contradictorios y con frecuencia fugaces ismos, cada uno con
su manifiesto y su teoría. Hacia 1929 cierto inventario
de vanguardias, citado por Guillermo de Torre, abarcaba dieciséis
ismos: algunos con cierta o gran influencia en el arte del siglo
(surrealismo, futurismo, cubismo), otros efímeros y sin
mayor fortuna (panlirismo, zenitismo, babelismo).
El viejo orden no cedió paso amablemente al nuevo orden.
No se agotó por sí solo y el vacío fue ocupado
como un asiento de tren que un pasajero ocupa luego de que el
anterior ha descendido en una estación. Lo nuevo, por
el contrario, debió luchar hasta destronar a lo viejo
y obtuvo la victoria porque nuevas necesidades de todo carácter
así lo requerían. Y lo nuevo, al instalarse, trajo
consigo códigos que durante mucho tiempo fueron mal leídos
o leídos en parte. Sin una nueva estructuración
metódica de la vida intelectual y social -escribe
Gargani- el viejo orden de la razón no habría
jamás entrado en crisis."
La crisis de la razón clásica se produjo porque
ya no pudo satisfacer nuevas demandas sociales e intelectuales.
Una idea de la profunda transformación del saber humano
en nuestro siglo puede darla la física. Entre 1687 y 1887,
dice Jeans, transcurre lo que llama la edad mecánica:
un cosmos de partículas que se mueven como la fuerza de
las demás partículas las obligan a moverse, en
un mundo cuyo futuro está completamente determinado
por el pasado. En 1887, Hertz puso el último ladrillo
a la construcción de dos siglos, al estudiar una radiación
de tipo maxwelliano y demostrar su semejanza con la luz ordinaria.
La física, hasta ese momento, constituía, como
el resto del saber, un edificio acabado e inmutable al que apenas
si se le podía repintar alguna que otra pared. Pero algo
ocurrió , precisamente en 1887: Michelson y Morley, a
través de su famoso experimento, dejaron entrever la posibilidad
de una falla.
Hasta ese momento el saber físico clásico había
servido, a partir de entonces ya no sirvió para explicar
las nuevas condiciones. De describir perfecta o casi perfectamente
cada fenó meno -la caída de los cuerpos, el movimiento
de los planetas-, de pronto, se encontró con dos cosas
que la tornaron inadecuada: lo muy grande y lo muy pequeño.
Lo que sucedió a partir de allí puede llamarse,
con Jeans, una radical enmienda: el espacio absoluto de
Newton queda borrado del panorama, desaparece la teoría
del éter, la Teoría de la Relatividad de Albert
Einstein proporciona una nueva interpretación de los fenómenos
físicos y una visión inédita de los fines
de la ciencia, surge la física cuántica, se revela
la estructura del átomo, Heinsenberg elabora el principio
de incertidumbre...
El cambio en la concepción del universo es enorme:
en 1927, Heinsenberg demostró que no es posible fijar
ni la velocidad ni la posición de un electrón de
modo perfecto. El impacto de un electrón trastorna la
parte del universo que estamos intentando explorar y la reemplaza
por algo nuevo, lo cual, a su vez, evade el estudio preciso.
El universo queda, entonces, a merced más de la probabilidad
que del hecho cierto.
El espacio común y corriente de tres dimensiones de
paso a otro espacio, imaginario, multidimensional, es decir:
en una construcción sin existencia material, puramente
matemática.
Una buena síntesis de la nueva ciencia la da Einstein
en una carta a Solovine, en 1920: Lo que caracteriza además
la teoría de la relatividad es, ante todo, un punto de
vista epistemológico. No hay ninguna noción en
física cuyo empleo sea necesario o justificado a priori.
(El énfasis es mío. CB). Una noción
adquiere su derecho a la existencia únicamente por su
concatenación clara y unívoca de los eventos, de
las experiencias físicas. Es así que en la teoría
de la relatividad las nociones de simultaneidad absoluta, de
velocidad absoluta, de aceleración absoluta, etcétera,
son rechazadas, porque su vínculo unívoco con las
experiencias se revela imposible. Del mismo modo fueron rechazadas
las nociones de 'plano', 'línea recta' , etcétera,
sobre las cuales está fundada la geometría euclidiana.
De toda noción física debe ser dada una definición
tal que se pueda decidir, desde el punto de vista de los principios,
en virtud de esta definición, si ella se encuentra en
el caso concreto.
Estas líneas expresan, por un lado, la crisis del saber
tradicional, de premisas autoevidentes, y la aparición
de otro saber, en el que el procedimiento lógico no ocupa
un sitio de privilegio sino que acompaña a otros factores,
de carácter intuitivo y pragmático, cuyo punto
de partida ya no está sino en los fenómenos, en
hechos determinados en una masa de experiencias inmediatas a
los que se debe buscar una legalidad que sea compatible con ellos.
Tanto el discurso de las vanguardias como el de los pensadores
de Viena quedan comprendidos dentro del pensamiento negativo
o negatives Denken. Son ambos "instancias trágicas"
cuya desesperación resulta manifiesta. Revelan los dos
contradicciones y una busca concreta de refundación, conforman
un proceso efectual de crisis. Su deseo es el de producir "nuevos
órdenes" que, para Cacciari, tienen de esencial no
esos órdenes en sí sino la contradicción
insoluble, constitutiva entre ellos y el permanecer de la crisis,
la imposibilidad de resolver en sentido sintético la crisis
del sistema clásico-dialéctico.
Cacciari encuentra organización formal y comprensibilidad
en el discurso de los dialectos de Viena (Wittgenstein,
sobre todo) y nada de eso en los Logoi epigonales de las vanguardias.
Si bien esto es cierto, no es menos cierto que el caótico
lenguaje de las vanguardias nos dice lo que el arte llegó
a ser y eso es lo que aquí interesa.
.El arte moderno, se vio antes, se presenta como una antinaturaleza.
O como una segunda naturaleza, separada, en apariencia al menos,
de la primera. En uno de sus ensayos Escohotado demuestra que
a partir ya de la polis griega la naturaleza se torna invisible.
La physis se ausenta para ingresar en un dominio indiferente
del que se la trae según convenga.
A lo largo de los siglos y hasta principios del siglo XX,
el arte -que es lo que aquí nos ocupa- cumplió
una tarea rutinaria: traer desde afuera a la naturaleza,
hasta que la operación se convirtió en algo insoportable.
El arte moderno entrevió la salida inventándose
una naturaleza propia, a medida, sin dejar de sentir, en el fondo,
el remordimiento de haber jugado todas sus cartas a una ilusión.
Que, también es cierto, resulta un remedio contra su angustia.
Esta angustia, escribe Escohotado, resulta de la decepción
ante su credulidad traicionada o el tener las manos vacías
tras la aventura del sentido, luego de haberla iniciado con la
esperanza de obtener cosas seguras.
Bibliografía
Adorno, Theodor W. Asthetische teorie, 1970.
Worringer, W. Abstraktion und Einfuhlung, 1948.
Poggioli, Renato. Teoria dell'arte d'avanguardia, 1962.
Gargani, Aldo (compilador). Crisis della ragione. Nuovo modelli
nel rapporto tra sapere e attivitá umane, 1980.
de Torre, Guillermo. Historia de las literaturas de vanguardia,
1971.
Cacciari, Massimo. Krisis. Saggio sulla crisi del pensiero
negativo da Nietzsche a Wittgenstein, 197
Escohotado, Antonio. De physis a polis. La evolución
del pensamiento griego desde Tales a Sócrates, 1975.
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