NUMBER FOUR / FALL 2000

EL PODER DEL SIGNIFICANTE: ACERCAMIENTO ANALITICO
AL LENGUAJE FILMICO DE Viridiana, DE LUIS BUÑUEL


Héctor Mario Cavallari
Mills College



El inicio del film muestra el patio interior de un convento de monjas que funciona también como escuela. Un grupo de niños vistiendo uniformes cruza la visual en silencio, perfectamente formados en doble fila, mientras repica una campana. La Madre Superiora llama a una novicia que da la espalda a la cámara: "(Hermana Viridiana!" La novicia (Silvia Pinal) se da vuelta mostrando el rostro, acude al llamado, saluda respetuosamente y aguarda las palabras de la Superiora con un gesto corporal de humildad y obediencia. He aquí el diálogo que configura el punto de arranque del texto:

Madre Superiora (mirando directamente a Viridiana): --"Acabo de recibir carta de su tío. No puede venir a la Profesión".

Viridiana (con los ojos casi cerrados mirando hacia el suelo): --"Está bien, Madre".

M.S. (caminando lentamente y mirando a Viridiana): --"No parece sentirlo mucho".

V. (caminando junto a la Superiora y levantando apenas los ojos):

--"Casi no le conozco. Sólo le vi una vez, hace años. Ya ni me acuerdo".

M.S.: --"Pues ahora le invita a su casa".

V. (humildemente, con tono de ruego): --"Preferiría no salir del convento, Madre".

M.S. (con firmeza): --"Temo que no se encuentre bien. Es su único pariente y debe despedirse de él antes de profesar. Seguramente no le verá más".

V. (deteniéndose y mirando directamente a la Superiora, mientras exclama en franco tono de protesta): --")Por qué quiere que vaya? (Nunca se ha preocupado por mí!"

M.S. (con énfasis, pero sin alterarse): --"Ha pagado sus estudios, la ha sostenido, acaba de enviar su dote. )Qué más quiere?"

V. (tras una pausa y retomando su actitud de obediencia): --"Mi deseo sería no volver a ver el mundo, pero si Su Reverencia me lo ordena..."

En el nombre de esta escena --"escena originaria"-- resuenan otras escenas: el film mismo como espacio de significación inaugural, como escenificación o "taller" de producción semiótica y como la producción del sujeto de esta "escritura" espectacular.[1] Aquí, como a lo largo de toda la película, Buñuel utiliza con máxima eficacia el juego interactivo del doble registro sígnico --verbal y visual-- del medio fílmico, de modo que las relaciones significantes se entretejen en una multiplicidad de niveles e interdeterminaciones de agudos, extremos, sutiles y dilatados alcances a través de la compleja textualización de imágenes y secuencias.

El corte textual originario se proyecta como llamado y como anuncio: anuncio negativo --la no asistencia de don Jaime, el tío de Viridiana, a la ceremonia que marca el momento del cambio decisivo en la vida de la sobrina-- y llamado del destino de ésta, subliminalmente subrayado por el redoble de campanas. La referencia tácita de la escena, aquello que la signa de un modo también subliminal, podría ser el tema tradicional de la Anunciación de María; sólo que aquí se trataría de una anti-"anunciación", de una escena de anunciación invertida: el mensaje divino de plenitud del arcángel Gabriel se ha invertido en un anuncio "humano, demasiado humano" de carencia: don Jaime no vendrá a la ordenación de Viridiana. Momentos después, la respuesta insolente e insubordinada de Viridiana ante la Madre Superiora (")Para qué quiere que vaya?") representa una significativa inversión de la absoluta humildad de María ante el anuncio del arcángel. Como anti-"anunciación", la escena manifiesta el rechazo egocéntrico de Viridiana, en contraste con la aceptación ilimitada de María. La génesis de la cadena significante --es decir, lo originario de la historia que será narrada-- inscribe también una referencia genealógica hacia un pasado remoto que yace "fuera" de la película pero que sin embargo reincide en el presente narrativo que se inicia: la alusión de Viridiana a la figura del Padre ausente ("casi no le conozco") y a una ausencia "olvidada" ("ya ni me acuerdo"), vale decir, en términos psicoanalíticos, reprimida. Pasado perdido a nivel consciente, entonces; objeto genésico que, sin embargo, se encuentra en el inconsciente: esto es lo que Buñuel hace jugar en el comienzo de Viridiana.

Don Jaime, tío de Viridiana, es la sustitución metonímica del padre natural de la novicia, cuya ausencia es tan completa que ni siquiera se lo menciona en la película. Al comienzo de ésta, el vacío dejado en la existencia de la protagonista por la carencia de madre biológica ha sido llenado por la supuesta vocación religiosa, tomando cuerpo en el espacio físico e institucional del convento y en la figura de la Madre Superiora. Esta vela, como "madre", por la voluntad y los intereses del tío, ordenándole a la sobrina que acepte su invitación y que viaje a visitarlo. El ejercicio de la autoridad de la Superiora entabla un puente real y simbólico entre la Orden religiosa, con su contrato de obediencia, y la orden de acato a una decisión cuyas consecuencias serán decisivas para Viridiana como sujeto primario de la trama fílmica: el abandono y alejamiento (presuntamente temporarios, aunque finalmente definitivos) del espacio recluido y "seguro" del convento.[2]

El sentido latente de la escena originaria, el surgimiento del deseo bloqueado, se juega en el lenguaje "cifrado" pero "visible" del inconsciente. El primer momento de este surgimiento se da en la insolente insubordinación de Viridiana, la cual manifiesta ya, al comienzo del film, el gesto de la humildad como una máscara que vela y revela, a la vez, el egoísmo de la novicia como síntoma de la estrechez convencional de su espíritu. El desacato, como forma de rebeldía y como emergencia del inconsciente, descubre aquí un mecanismo de crucial importancia para todo el resto del texto, cuyo final culminará en la famosa secuencia de la inversión paródica de "la última cena": el banquete orgiástico de los mendigos, "los pobres de Viridiana", que ocurre cuando se levantan incidentalmente el control y la vigilancia ejercidos sobre ellos por la protagonista.[3] En el "destape" de la escena inaugural, la (casi) desobediencia de Viridiana se enmarca en su vínculo estructural con la Orden del convento. En efecto, la ley de obediencia es un momento fundamental de auto-disciplinamiento, precisamente por el hecho de que se trata de una prescripción, vale decir, de una "escritura" previamente destinada por la Orden como institución legitimada y legitimante del orden psíquico que ha de guiar el camino espiritual de las devotas.

Así, la obediencia es ya la decisión de la Institución como "destino", pero también la decisión de intervenir en el destino personal institucionalizado de las novicias. Esta intervención, ejercida por la Madre Superiora de una manera a la vez voluntaria e involuntaria, intercepta y hace surgir, mediante el "descuido" de una expresión idiomática (")Qué más quiere?") la expresión del deseo sintomático de Viridiana: "Mi deseo sería no volver a ver el mundo...". En esta escena, el lenguaje ocular de la mirada (bajar los ojos o mirar de frente) se conjuga con el lenguaje verbal de la visión para enfatizar la asociación de don Jaime con ese "mundo" que Viridiana desearía no volver a ver: "Sólo le vi una vez"; "Seguramente no le verá más". Es este no querer ver, este deseo de no ver, sin embargo, lo que impulsará y determinará el comportamiento de Viridiana a lo largo de sus deplazamientos por el mundo (y los mundos) del film.

A través del periplo de la protagonista homónima hacia "el Mundo", Viridiana narra una serie de múltiples desplazamientos en los cuales puede trazarse un proceso complejo de significación. Este trazado se inscribe en las huellas concretas de determinados significantes cuyos deslizamientos operan un fabuloso entrelazamiento de vínculos ambivalentes, correspondencias ambiguas y asociaciones contradictorias dentro de una trama dinámica y cambiante de repeticiones y diferencias. Entre los más notorios significantes se destacan, primeramente, aquellos que se proyectan como fetiches en el texto, a través de los cuales se vinculan Viridiana y su tío. En efecto, ambos comparten una clara tendencia fetichista: la construida figuración simbólica de "Jesucristo" en Viridiana (cruz, clavos y martillo, corona de espinas) y la reconstrucción o prolongación del cuerpo de "la esposa perdida" (muerta) en don Jaime (el velo, el vestido, el corset y los zapatos nupciales). El nexo entre ambos sistemas cerrados de objetos-fetiches se enfatiza en las correspondientes imágenes simbólicas del inconsciente --la valija y el baúl-- en los que la sobrina y el tío, respectivamente, guardan dichos objetos, sacándolos, desplegándolos y "adorándolos" en la privacidad nocturna de sus habitaciones.

En Viridiana, como en otros films suyos, Buñuel se aparta de todo uso gratuito de los fetiches que incorpora, haciendo de ellos una parte integral del mundo representado mediante el vínculo estructural entre sujeto fetichista y objeto fetichizado. Para Buñuel, el fetiche es siempre un objeto relacionado con un poder específico cuyo funcionamiento se define como el poder de evocar y convocar la presencia concreta, aquí-ahora, de una ausencia, es decir, de un objeto otro, ausente, abstracto, desplazado. En su doble valor --semiótico y psicoanalítico-- como sustituto de otro "objeto", como significante de la relación con dicho objeto, el fetiche se relaciona con el olvido y con el inconsciente. En efecto, en la superficie, el fetiche aparece dotado de un poder efectivo: un flujo o un aura que el objeto mismo no simplemente representa o simboliza, sino que posee. En realidad, este poder ha sido investido en el fetiche por el individuo o por la comunidad, la tradición o la creencia colectiva; pero esta investidura ha sido "olvidada", reprimida, y se ha hecho inconsciente. Como se revela en los casos paralelos de Viridiana y de don Jaime, el fetiche se relaciona siempre con alguna forma de pérdida fundamental: la madre, en la primera; la esposa, en el segundo. Más allá de este nivel determinable, el fetichismo de cada uno se proyecta hacia la evocación de otras vivencias "perdidas" en los orígenes, vale decir, materialmente indeterminables: de allí su fuerza como pulsión "primigenia", inabarcable.

Bordeando la semiotización de estos fetiches, Viridiana inscribe otros objetos significantes cuyos deslizamientos van anudando las operaciones múltiples de la construcción del sentido a lo largo de la historia narrada. Así, por ejemplo, el gesto de Viridiana de recrear de modo simbólico la celda del convento, transponiéndola imaginariamente a su habitación de la finca de don Jaime, funciona como significante de la voluntad de recortar y separar un espacio diferente, "limpio y seguro", aislado del acecho y de los peligros del "mundanal ruido". Estas imágenes de espacialización revelan algo de lo que subyace como motivación inconsciente en la personalidad de Viridiana. Para ésta, el mundo parece ser el espacio de la mácula, pero lo que ella teme realmente no es el pecado-"suciedad" en sí ni el contacto con los pecadores, sino la "invasión" de dicha mácula en el sitio de su cuerpo o de sus extensiones metonímicas.[4] Viridiana se mantiene psíquicamente distante de los "contaminados"; su aparente fobia del cuerpo sexuado como algo sucio, merecedor de la disciplina (i.e., el orden que imponen la limpieza y el trabajo como estrategias de control), no le impiden, sin embargo, tomar contacto directo con lo físicamente repulsivo. De allí la escena de la limpieza curativa del brazo (fálico) del mendigo "leproso": Viridiana está en control y no teme, por tanto, ser "infectada". Sin embargo, rehuye la compañía de su tío, al detectar los signos semi-conscientes del deseo oculto de éste, como si se tratara de un ser peligrosamente contagioso. Esta ambivalencia en la conducta manifiesta de Viridiana se intensifica dramáticamente en su trato con los mendigos que trae a vivir a la finca, tras el suicidio de don Jaime.

La multiplicidad desordenada de los mendigos y la explosión potencial de sus deseos poliformes representan un verdadero desafío para la obsesión de control de Viridiana. Mediante la vigilancia y la imposición de una disciplina de trabajo y oración, ella aspira a docilizar esos cuerpos, a reducir esas voluntades ariscas: reducirlas al orden sumiso y uniforme de los chicos de su ex-convento-escuela. Por eso, Viridiana trata a los derelictos como a niños rebeldes, consentidos y abandonados de la mano de sus padres. El grupo heterogéneo de los mendigos encarna los "bajos fondos" de la sociedad racional y moralmente constituida; ellos son lo marginado y lo excluido de esta última, sin duda, pero constituyen su "otra cara" inseparable: están estructuralmente ligados a ella y operan lo que podría llamarse "el retorno social de lo reprimido". De este modo, el banquete orgiástico de los mendigos no es simplemente una representación esperpéntica del estrato "maligno" (i.e., no integrado) de "la sociedad", en abstracto; y mucho menos se limita al despliegue de la visión pesadillesca de todo lo abyecto que se generaliza en la culpabilidad de "las lacras sociales". Por el contrario, las imágenes goyescas del espectáculo degradado de "la última cena" efectúan la carnavalización bajtiniana de las "sanas costumbres" y las "buenas consciencias" burguesas, desconstruyendo y desmontando la fachada "mítica", entre cínica e hipócrita, del privilegio social, la autoridad moral y el prestigio cultural impuestos como algo "natural" por la acción ideológica de las clases dominantes.

Dentro del contexto analítico de la relación entre los lenguajes "públicos" de la cultura social y los "privados" del inconsciente, en la cinematografía de Buñuel, no está demás recordar la acertada observación de Durgnat:

Again and again in Buñuel, a Freudian awareness of inner reality meets a Marxist awareness of social reality, a rendezvous which is long overdue in Western thought. Buñuel's mind moves with exceptional smoothness from the rational logic of the conscious mind to the symbolic system of the unconscious. (55)

Por su parte, en un discurso pronunciado en 1953 en la U.N.A.M. (Universidad Nacional Autónoma de México), el propio Buñuel señaló que, "en las manos de un espíritu libre, el cine es un arma magnífica y peligrosa. El cine es el medio superlativo para expresar el mundo del pensamiento, de lo emotivo y lo instintivo. [...] El cine parece haber sido inventado para expresar la vida del subconsciente, cuyas raíces penetran tan profundamente en la poesía, pero casi nunca es usado para hacerlo" (Mellen: 107). Y agregó: "Nadie ve las cosas como son, sino como sus deseos y su estado mental le hacen verlas" (Mellen: 109). Estas declaraciones tienen una gran relevancia como marco más amplio del análisis que he estado llevando a cabo en el presente trabajo, aplicándose con particular coherencia al texto fílmico de Viridiana.

Los lazos profundos, "invisibles", entre los dominios "centrales" y "marginados" de la vida social --dominios que se construyen como oposición maniquea en las comarcas ideologizadas, "visibles", de la cultura dominante-- quedan alusivamente textualizados mediante un conjunto de representaciones que van poniendo en juego todo un lenguaje fílmico de asociaciones y correspondencias irónicas, paródicas, o trágico-humorísticas. En el tejido sintagmático de estas últimas van surgiendo las numerosas correlaciones entre las clases integradas y los grupos marginales, frecuentemente en nexos artísticos insospechables. Así, por ejemplo, se puede destacar una configuración magistral de significantes que vinculan, a través de varias secuencias aparentemente inconexas, al mendigo "leproso" (tal vez el representante más abyecto del grupo) con don Jaime, figura patriarcal de cierta clase terrateniente española de la época franquista circa 1960. Entre ambos personajes se despliega un vínculo basado en el deseo, estructura cuyo tercer punto tácito es el cuerpo de Viridiana. En una secuencia, don Jaime rescata una abeja del agua en que se ahoga; más adelante, en otra escena, el "leproso" persigue a una paloma. Durante la orgía final, este mendigo arroja plumas al aire mientras baila vistiendo las mismas ropas de la difunta esposa de don Jaime que éste también se había puesto en una escena anterior. Al sugerir que el "leproso" ha matado y desplumado (y se ha comido) la paloma, se establece una asociación ambivalente en otro nivel adicional: la "honestidad" brutal de esta conducta contrasta con la hipocresía "cívica" de don Jaime al "salvar" a la abeja.[5] En efecto, el tío rescata al insecto ("(Pobrecilla, se estaba por ahogar!") mientras oculta el deseo de poseer a Viridiana so pretexto de que ésta se parece mucho a su difunta esposa. El destape de este deseo se hace evidente (es decir, visible) en la escena del cuerpo drogado, "muerto" (absolutamente pasivo y dócil), de la "sobrina-esposa".

Por otra parte, el mendigo "pintor" se asocia abiertamente a don Jaime al ponerse de cinturón la cuerda de saltar con la que éste se había colgado. El "pintor" le pide a Viridiana que pose como modelo del rostro de la Virgen María para el cuadro que está terminando, halagándola visiblemente con ello y ocultando, como don Jaime, su deseo reprimido. Si recordamos la sugerencia, a la vez explícita e implícita en el film, de que tal vez don Jaime no llegó a "desvirgar" a su esposa (lo cual fundamentaría su marcada fascinación con la virginidad y la muerte), queda indirectamente representado que el "pintor", al violar a Viridiana bajo la mirada del "leproso", realiza el acto que don Jaime no hizo. De modo que el retorno del deseo reprimido de este último (la no realizada posesión sexual de la sobrina) se opera fílmicamente en la escena de la violación de Viridiana mediante la condensación de los dos personajes, el "leproso" y el "pintor", que han sido asociados a la figura del tío: el primero encarnando el aspecto "pasivo" o "impotente" de don Jaime; el segundo, su lado activo.

Esta terna significante --las figuras de don Jaime, el "leproso" y el "pintor"-- entrelaza las representaciones de dos estratos sociales diferentes, los ricos y los pobres, tradicionalmente concebidos bajo la forma ideologizada del dualismo maniqueo. Dicha terna remite a otra, a una posible terna de escenas. En efecto, las escenas metonímicamente vinculadas del intento de violación por parte de don Jaime, y de la violación efectiva por parte del "pintor" y del "leproso", aluden a una tercera escena no representada: la escena "ausente", fuera del film y sin embargo "presente" en éste de modo inconsciente, de la noche de bodas de de don Jaime. Emilio G. Riera ha indicado la sugerencia de necrofilia en la escena de Viridiana drogada, tendida sobre la cama como una muerta. "El amor y la muerte", apunta Riera, "se asocian como formas de posesión absoluta" (Mellen: 222). Creo que se puede aprovechar analíticamente esta observación e ir más allá: si don Jaime no se atreve a violar a su sobrina ficticiamente "muerta" es quizá porque tampoco se atrevió a llevar a cabo un acto de necrofilia con su esposa realmente muerta durante la noche de bodas. Hay tal vez otro juego de significación entre estas dos escenas: don Jaime no se atreve a violar a Viridiana porque probablemente teme, de modo inconsciente, que ésta también muera, como ocurrió con su mujer. Esta asociación motiva en el tío el impedimento de realizar una violación que sí será consumada por el mendigo "pintor" durante la noche orgiástica de "la última cena".

La mirada analítica, en las páginas precedentes, permite apreciar ciertos atributos y características esenciales del lenguaje fílmico de Viridiana, apreciación en gran medida aplicable a numerosos textos cinematográficos de ese director genial que fue --que es-- Luis Buñuel. Entre dichos textos, yo destacaría particularmente Nazarín, Ensayo de un crimen y esas otras tres películas tan relacionadas con Viridiana: Tristana, Belle de Jour y Ese oscuro objeto del deseo. A mi modo de ver, su obra se ocupa preferentemente de los índices e indicios de lo que puede llamarse la identidad del Sujeto. Pero como espero haber mostrado en las páginas anteriores, no se trata de la simple representación "realista" de las condiciones subjetivas de existencia individual y social, sino de la relación entre la superficie manifiesta de lo real, de lo visible y consciente, y las estructuras latentes, inconscientes e invisibles que aquéllas sintomatizan. Este dispositivo de Buñuel se verifica en un lenguaje fílmico que se configura, como él mismo ha sugerido, sobre la base de modalidades y estructuras de significación inherentes a dos discursos profundamente vinculados entre sí: el discurso lírico y el onírico.

¿Se puede discernir un "mensaje" o sentido unificador en Viridiana? Creo que la intencionalidad interpretativa que subyace en la pregunta no se ajusta a la modalidad de trabajo, de productividad semiótica, que el lenguaje del film despliega; ya que, por expresarlo de alguna manera, lo que el texto propone no sólo es inseparable del lenguaje con que lo "dice", sino que este lenguaje es, de cierta manera, eso que "dice" o propone. "Como todas las películas de Buñuel, Viridiana se resiste a toda simple interpretación", escribió David Robinson en 1962, agregando: "Se propone chocar e inquietar sanamente, y no contestar preguntas" (Mellen: 241). Como el mismo Buñuel declaró: "Si el sentido de un film queda claro, entonces ya no puede interesarme".[6] Según el director, sus películas llamadas "españolas", entre las que se cuenta Viridiana, se caracterizan porque en ellas "nada es inmediatamente obvio ni aparente".[7]

Esto no significa, sin embargo, que el film carezca de rumbo u orientación. Como es sabido, Viridiana causó un no pequeño escándalo en los medios católicos y franquistas, dentro y fuera de España. Al haber sido acusado de buscar un regodeo en lo chocante y lo "inmoral", Buñuel replicó lo siguiente: "No soy un inmoral, sino que estoy en contra de la moralidad. La moral --o sea, la moral de la clase media-- es para mí inmoral. Debemos combatirla. Es una moralidad fundada en nuestras más injustas instituciones sociales --la religión, la patria, la familia, la cultura--, todo lo que la gente llama los pilares de la sociedad" (Mellen: 111). En esta línea se encuentran las afirmaciones de Donald Richie:

The greater theme running through Buñuel's best films is that institutions such as church, state, and family are corrupting only because they give man an entirely false idea of himself. Specifically, they imply that men are, somehow, more than human. Buñuel's moral code rests on an assumption that men are only, or merely, human. (Mellen: 111)

Este acercamiento al proceso de significación que se inscribe en Viridiana conduce a un concepto del film como productividad sin duda "subversiva". Sin embargo, creo que lo que en la película se subvierte es no el aferrarse a tal o cual valor, creencia o convicción particular en sí, sino el hecho mismo de aferrarse a valores o creencias; el encerrarse y esconderse en los mismos de un modo dogmático o ciego; y el hecho de que esto sea una tradición ideológicamente muy arraigada, sostenida y propiciada en la sociedad contemporánea, en general, y en las sociedades hispánicas, en particular. Viridiana, como obra artística con su lenguaje específico, arraigado en lo onírico y lo poético, se propone devolvernos la frescura de un concepto del mundo como algo a la vez familiar y misterioso, un mundo no completamente cognoscible ni totalmente abarcable o determinable. Como señala Riera, "Buñuel obviamente cree en lo milagroso o, más bien, en la fuerza liberadora de lo irracional y en la poesía del instinto" (Mellen: 219).


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NOTAS

1. Aunque el lenguaje fílmico, como estructura semiótica, no es exclusivamente verbal, denomino "escritura" el proceso de la significancia (Kristeva), es decir, el proceso productivo de la expresión del contenido en el plano textual.

2. Como ha observado David Robinson (Mellen: 237), la figura de la Madre Superiora marca el comienzo de la segunda parte de la película, al visitar a Viridiana en la finca de don Jaime, después del suicidio de éste. En efecto, es allí, en su nueva "celda", que la ex-novicia le "anuncia" a la Superiora su decisión de canalizar su vocación hacia los avatares del "Mundo". De modo que esta escena está sutilmente construida como "réplica" invertida de la escena originaria del film.

3. La desobediencia de las órdenes de Viridiana culmina en el banquete monstruoso de los mendigos, plasmado en extraordinarias imágenes finales de grotesco desorden que recuerdan, por contraste e inversión, la imagen inicial de los niños uniformados marchando dócilmente en fila doble por el patio del convento.

4. Viridiana da muestras evidentes de ansiedad cada vez que alguien entra en su habitación, vale decir, cuando alguien penetra en ese espacio físico que significa (inconscientemente) una extensión de su cuerpo. La escena más dramática de este tipo ocurre cuando su primo, Jorge, entra al cuarto casi sin anunciarse. La "invasión contaminante" se representa en el humo del cigarro de Jorge que ha quedado flotando en la habitación y que Viridiana rápidamente "purifica" abriendo la ventana de par en par.

5. "Cívico" es, irónicamente, el adjetivo que, según Amalio (el mendigo ciego que ocupa el sitio correspondiente a Cristo en la mesa de "la última cena"), usó el jefe de policía cuando el primero delató a otro mendigo. Amalio, el mendigo "cívico", es a la vez "Cristo" y "Judas", según la cadena de asociaciones fílmicas que Buñuel pone en juego en Viridiana.

6. Luis Buñuel, Sight and Sound 31.3 (1962): 16.

7. "They are secretive films, in which nothing is immediately obvious or apparent". Luis Buñuel, entrevista grabada con Juan Cobos en Madrid, el 15 de enero de 1965. Apareció en Cahiers du Cinéma. Véase Durgnat: 122.

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BIBLIOGRAFIA


Aranda, Francisco, Buñuel, Luis, et al. The World of Luis Buñuel. Essays in Criticism. Joan Mellen, ed. New York: Oxford University Press, 1978.

Durgnat, Raymond. Luis Buñuel. Berkeley: University of California Press, 1977.

Williams, Linda. Figures of Desire.Berkeley: University of California Press, 1981.



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