En
este trabajo voy a enfocar el texto de Zona de clivaje (1987),
de la escritora argentina Liliana Heker, como sitio donde se
produce una doble escenificación: la de un proceso vital
representado y la del decurso de una escritura que lo inscribe.
Con ello asumo un método crítico que interviene
en las prácticas y los textos literarios conceptualizados
como dominios culturales de semiosis donde se ejerce de modo
espectacular (i.e., donde "se da a ver") la construcción
estética del sentido a partir de las relaciones humanas
concretas con determinadas condiciones histórico-materiales
de existencia. Esta modalidad metodológica postula que,
para la experiencia humana, hasta lo más singular e "inmediato"
(como puede ser la percepción "directa", "documental"
o "testimonial" de un evento real, por ejemplo) pasa
por las mediaciones constructivo-constitutivas de la red social
simbólico-imaginaria. Susan Sontag ilustra muy bien esta
hipótesis cuando escribe: "Though an event has come
to mean, precisely, something worth photographing, it is still
ideology (in the broadest sense) that determines what constitutes
an event" ["Aunque un evento ha llegado a significar,
precisamente, algo que merece ser fotografiado, sigue siendo
la ideología (en el más amplio sentido) la que
determina qué constituye un evento"] (19, énfasis
mío).
Dentro de este marco, Zona de clivaje puede leerse como
una novela que trata de la crisis de una mujer cuya identidad
sexual expresa un imaginario genérico dominado por la
visión que ella sustenta del hombre con quien ha tenido
una prolongada relación de pareja durante la etapa de
gestionamiento de su socialidad femenina. En esta obra, la representación
de los vínculos entre sexualidad, identidad y condición
genérica de la mujer constituye una función profunda,
aunque no se los aborda de modo explícito sino a través
de una búsqueda manifiesta de lenguaje. A mi juicio, sin
embargo, lo más notable de la obra está en su modo
de escritura. Desviándose notoriamente de las formas tradicionales,
prevanguardistas, de construcción narrativa, la búsqueda
de lenguaje se despliega y se espectaculariza en el discurso
de la novela mediante la representación de un proceso
gestativo de escritura cuya consecución puede coincidir
con la del texto que escenifica dicho proceso.
Esta estrategia experimental es muy significativa, sobre todo
en el contexto de una literatura actual de la mujer hispánica.
En efecto, como han señalado Juana Arancibia y Yolanda
Rosas, "el lenguaje femenino, aunque determinado por lo
que nuestra cultura espera de la mujer, ha dado como resultado
un proceso de autovisualización que le permite [a la escritora
hispánica] mirarse, criticarse y analizarse para plasmar,
desde su discurso, una imagen elaborada por ella misma"
(17). Zona de clivaje se coloca de lleno dentro de esta
problemática literaria y cultural, al hacer de la mirada
de y desde la mujer el eje central de su proceso de escritura.
Ahora bien: ¿Cómo enmarcar los parámetros
conceptuales para la interpretación de esta novela dentro
del dominio ideológico más amplio de las relaciones
entre identidad genérica, vínculos de poder y pautas
de escritura? ¿Cómo formalizar los nexos semióticos
entre mirada, sujeto y textualidad artística? Esta formulación
me parece más adecuada al modo experimental y autorreflexivo
de Zona de clivaje que las tradicionales preguntas por las determinaciones
sociales del objeto literario.
En el primer tomo de su Historia de la sexualidad, intitulado
La voluntad de saber, Michel Foucault establece la necesidad
de "decir [...] que la sexualidad es originaria e
históricamente burguesa y que induce efectos de clase
específicos [...] producidos en los cuerpos, en los comportamientos
y en los vínculos sociales" (168). Creo que podemos
decir, a partir de este marco general, que "la sexualidad",
como fenómeno global concreto, se transforma en
y mediante las determinaciones históricas específicas
del género y se vincula con las relaciones socioculturales
de poder que gobiernan la construcción de la identidad
del Sujeto, especialmente a través de las estrategias
de lenguaje en la configuración discursiva. Es este inestable
simulacro del sujeto, en mi opinión, lo que productiviza
y efectúa la base real de los vínculos simbólicos
entre identidad genérica, sujeto-mujer y escritura. Tomando
esta hipótesis como punto de arranque, el presente escrito
esboza un camino de lectura para el estudio de Zona de clivaje.
Mi análisis enfoca concretamente la práctica de
la escritura de esta novela, y se gestiona a partir de tres generadores
de dis/cursividad que se adjudican en la productividad textual:
la lengua atada, la sexualidad reprimida y la identidad dependiente
del sujeto femenino.
Como ha hecho notar Jacqueline Cruz, las normas de autoridad
que regulan la producción narrativa y la representación
de la vida están codificadas dentro de un sistema androcénctrico,
por lo cual a la mujer no le resulta tan fácil ni "la
autoría de su destino" ni "la autoridad sobre
la narración" que formula (125). Se plantea entonces
la pregunta, ¿cómo transponer lo empírico
de esta afirmación a lo formal del discurso, es decir,
al dominio de la enunciación? Un camino posible sería
observar que la práctica de la mujer escritora
(de "la mujer" como fenómeno histórico
real y material) puede efectivamente captar la doble dificultad
de la "autoría" y la "autoridad" del
orden simbólico y transformarlas en contenido representable
de una práctica de escritura (puesto que de escritoras
estamos hablando). Esto es precisamente lo que ha hecho Liliana
Heker en Zona de clivaje, lo cual ha llevado a Graciela
García a afirmar que "este texto puede verse como
la plasmación del difícil proceso de conquista
de la autoridad, por parte de la mujer, sobre su propia escritura"
(comunicación inédita).
El plano de la fábula de Zona de clivaje consiste
primeramente en un relato episódico, escanciado y discontinuo
de dos procesos que terminan y se superponen en la figura de
la mujer protagonista, Irene Lausen: uno es el final de una larga
relación de pareja (y esto remite al personaje masculino,
Alfredo Etchart, y a una relación triangular); y el otro
proceso es la conclusión de la etapa de la primera adultez
de Irene, el período de los veinte a los treinta años.
Por debajo de este obvio nivel del contenido, sin embargo, se
pone en juego una sagaz estrategia de expresión que introduce
textualmente un pliegue distanciador y desfamiliarizador en el
discurso de la novela. En Zona de clivaje, en efecto,
el narrar la génesis de una práctica escrituraria
se entreteje y se correlaciona con lo que se va contando, i.e.
con el relato de la ruptura de una pareja; y de estas dos líneas
surge la construcción textual del sujeto-mujer-escritora,
con todas las proyecciones a que da lugar en diversos niveles
del discurso novelesco.
Como la propia protagonista Irene explica, la "zona de clivaje"
es el punto débil de un cristal, el sitio donde la cohesión
de los átomos tiene menos fuerza y donde, por lo tanto,
se hace posible el quiebre de la estructura de dicho cristal.
Este último metaforiza tanto la relación entre
la protagonista y su amante como el estado psíquico, íntimo
e interior, de aquélla. De modo que el título mismo
de la novela alude metafóricamente al tema de la ruptura
que se representa, en primer lugar, en la trama de la anécdota:
la ruptura de la relación amorosa entre Irene y Alfredo.
Es este "clivaje", sin embargo, el que sirve de umbral
al proceso doblemente crítico de la escritura: narración
del buceo interior de un sujeto en crisis, y relato del proceso
de crisis de dicho sujeto. La actividad escritural se da, en
síntesis, como desdoblamiento en una visión
interior y una mirada exterior, vinculadas en determinación
recíproca. Zona de clivaje está signada,
entonces, por la espectacularidad de una situación de
crisis en múltiples planos, como resultado de cambios
radicales en la situación íntima y existencial
de la figura protagónica.
Dicha crisis se inicia como forzoso desplazamiento vital causado
en la realidad de Irene por el quiebre que la intrusión
de otra mujer, una tercera llamada Cecilia, ocasiona en su relación
de pareja. Esta intrusión se narra, literalmente, como
un choque físico de las dos "rivales": "Irene
cruzó la calle tan radiante y desbocada que no vio a tiempo
a una adolescente rubiona que corría en sentido contrario.
El choque fue violento e inesperado" (16). A pesar del obvio
significado de esta escena, sin embargo, el discurso de la novela
no se configura sobre la estructura triangular que ha surgido
en la realidad de Irene, haciéndose a la vez realidad
existencial y simbólica en ese choque "violento e
inesperado", sino que enfoca las vicisitudes íntimas
que marcan los cambios vitales de la protagonista al confrontar
la pérdida de un mundo que le había sido familiar
durante más de una década. El relato de la crisis
adquiere así la semblanza de un viaje interior en y
desde el presente.
Instrumentando una temporalidad narrativa compleja que acompaña
y da forma textual al deambular psíquico de Irene, la
escritura se articula en cinco grandes secuencias cuyo foco son
los años que abarcan desde la adolescente de diecisiete
años (al inicio de la relación amorosa) hasta la
mujer de treinta (en el momento de la ruptura, coincidente con
el arranque del proceso de ponerse a escribir). La inscripción
de la escritura en el texto de Zona de clivaje, entonces,
se localiza entre dos momentos de interrupciones significativas:
la adolescencia, que clausura la infancia al inicio de la fábula
y de la relación con Alfredo; y la génesis de la
propia escritura, al comienzo del sujet y del cierre de dicha
relación.[2] De este modo, la duplicación
de los signos del corte señala la repetición
del diseño general del mundo narrado en la forma interior
de la narración mediante la cual se configura materialmente
el movimiento psíquico de la protagonista. Heker provee,
de este modo, un marco temporal y simbólico mediante el
cual construye un modelo del mundo.
Esta "doble escena" del texto cobra dos sentidos de
gran importancia. Constituye, en primer lugar, una forma de trazar
la diferencia radical entre la vivencia "original"
de la sujeto-mujer protagonista y las huellas que de dicha vivencia
quedan en la escritura. Este primer sentido del diseño
textual escenificado en Zona de clivaje está vinculado
con el concepto de "diferir" (a la vez "postergar"
temporalmente y marcar una simultánea no-identidad) elaborado
por Jacques Derrida (1963) en relación con el orden de
la significación ("Freud ou la scène de l'écriture":
passim.). Según dicho concepto, de modo análogo
al significado del signo, todo "original" --sea éste
una vivencia, una representación mental o sensorial, o
una acción simbólica como la escritura-- sólo
existe como el rastro que queda de él en la repetición.
Como en el pensamiento derrideano, Heker tematiza en Zona...
la índole profundamente inaprensible de todo referente
"original" o "primario": Irene buscándose
a sí misma a través de un sentido vivencial que
se le escapa a lo largo del decurso de su relación
y de su relato.
La realización de dicha tematización se actualiza
en el texto de la novela bajo las figuraciones reduplicadas de
la protagonista en la textualización distanciadora del
proceso de escritura. En cambio, el segundo sentido que
cobra en Zona de clivaje la "doble escena" discursiva
consiste en la conformación de una modelización
fundamental para el sentido de la relación entre
Irene y su mundo en la novela. En efecto, como señala
Lotman, "el modelo artístico en su forma más
general reproduce la imagen del mundo para una conciencia dada,
es decir, modeliza la relación del individuo y del mundo"
(321). En Zona..., los nexos que Irene ha establecido
con ese "mundo" del cual ella misma es eje de focalización
están simbólicamente enmarcados dentro de esa etapa
vital comprendida entre las dos clausuras, etapa cuya forma más
general es el des/doblamiento especular como "imagen
del mundo": Irene mirándose y mirando el mundo a
través de la contemplación narcisista en la mirada
del otro.
La índole específica del particular segmento existencial
de la vida de Irene recreado en la novela es muy significativa
para el desarrollo del mundo configurado, por cuanto corresponde
al tránsito de la adolescencia a la primera etapa de la
vida adulta del sujeto (concretamente, del sujeto-mujer). Esto
permite comprender la especial precariedad de la situación
de carencia a la que ha sido precipitada Irene al inicio de la
narración. Dicha carencia genera la metonimia del relato,
vale decir, remite al significado perdido y diferido que sustenta
el movimiento narrativo en la superficie significante. De modo
que la situación "precaria" se representa como
algo mucho más hondo para la protagonista que la pérdida
del "hombre de su vida" o el término de una
larga relación de pareja. El "viaje" de Irene,
su singular desplazamiento, representa un dislocamiento interior
y se desarrolla en dichas condiciones de precariedad. Estas,
recíprocamente, proyectan los avatares de inestabilidad
que atraviesan el proceso representado en el discurso de la novela.
El deambular por instancias vitales hasta ahora desconocidas
para la protagonista establece un desequilibrio en su estructura
subjetiva, al ubicarla fuera de su "dominio" (en el
doble sentido de esta palabra); es decir, al emplazarla fuera
de los usos que la anclan al territorio del sentido común
y al repertorio de lo familiar, y que "normal y habitualmente"
le permiten el control de su exterioridad social y cultural
como individuo. Al ser precipitada a un territorio existencial
que está "fuera" de su control, Irene tiene
que enfrentarse interiormente a las condiciones concretas de
su ser-mujer investidas en la particularidad estructural de su
localización existencial. Y es aquí donde el proceso
de la escritura proyecta el análisis de la existente-mujer
concreta a las raíces formales (tanto psíquicas
como culturales) del sujeto femenino. Ahora bien, ¿cómo
trazar, a grandes rasgos, las líneas de ese proceso proyectivo?
En el texto de Zona de clivaje, los signos de un tácito
"sujeto femenino" se desdoblan concretamente en sujeto
y objeto específicos del discurso narrativo. El primero,
el sujeto discursivo, se adjudica a la voz narrante (la que efectivamente
"presenta" o "entrega" la narración);
el segundo, el objeto del discurso, se asigna a la figura protagónica
(de la cual se menciona que está escribiendo un relato).
De modo que el proceso incluyente de la escritura --el movimiento
de la novela que efectivamente leemos-- también se desdobla
en una estrategia notablemente autorreferencial, puesto que permite
deducir que el texto de la narración coincide --al menos
en parte-- con la versión acabada del relato que Irene
Lausen, la protagonista, está escribiendo durante el curso
de dicha narración y que se integra bajo la forma de su
contenido. Tal duplicidad pone en primer plano el carácter
"abierto" y experimental del discurso, y esta apertura
queda instrumentada en lo irrecuperable de la pérdida
(a nivel del mundo cerrado de la protagonista) y en lo irreversible
de la crisis que se narra (en el nivel inconcluso e incierto
de la escritura).
Son ambos aspectos inseparables del sujeto femenino tácito,
previamente señalado, los que instrumentan las condiciones
y límites --vale decir, las contradicciones-- de su posible
"liberación". El proceso de ruptura (aludido
en la voz "clivaje" del título) se despliega
de modo concomitante con los avatares de una práctica
de escritura a partir del corte inicial del texto: la escena
de la protagonista adquiriendo una pesada máquina de escribir.
La importancia de esta escena, al comienzo de la novela, consiste
en marcar de entrada lo inseparable del vínculo entre
"palabra", "lenguaje" y "escritura",
vínculo dinámico que sustentará todo el
curso de la construcción de sentido a lo largo del texto.
En un enfoque más específico, captamos en esta
escena un doble simulacro del proceso de "clivaje":
uno, como terminación de la etapa del silencio en la vida
de Irene; y el otro, como conclusión del período
de su dependencia sentimental. El corte inicial, asociado al
acto de escritura, se inscribe aquí como inserción
del primer hiato en el mundo dependiente de la protagonista.
Esta primera interrupción marca una forma de des/ territorialización
temporal, ya que abre el "viaje" de Irene a lo nuevo
como un re-cuento interpuesto de lo "pasado" en la
actual posibilidad del "presente" desplazamiento. La
metáfora de la máquina de escribir funciona también
como figura icónica del punto en que comienza la transformación
por la cual Irene desatará su lengua atada. Hasta este
punto, la protagonista no ha escrito, no se ha inscrito en una
escritura; tampoco ha podido objetivarse en su propia mirada
porque hasta ahora ella se ha entregado a la contemplación
narcisista en la mirada del otro, de Alfredo. Escritura y objetivación
se gestan metonímicamente en la máquina de escribir
que Irene adquiere. Lo no dicho retorna ahora como motivación
que genera al texto. Lo no expresado se inscribe como algo para
ser leído e ingresa en el texto como la carencia que debe
ser representada: vale decir, para Irene, como la instancia de
lo desconocido, la tachadura y el borrón que ella ha estado
espectacularizando en las máscaras de su lenguaje.
El doble simulacro arriba señalado hace intersectar las
dos líneas que motivan el desplazamiento manifiesto de
la figura de Irene: desatar la lengua y buscar el camino de su
independencia. A esto se suma la reduplicación de la representación,
puesto que se escribe una novela y se representa la escritura
de una novela. Todo ello culmina, no en una "liberación"
en el sentido de un "salto metafísico", en modalidad
totalizante, sino en una forma de traición al sistema
tácito, visiblemente "invisible", del poder
patriarcal investido en la figura masculina del otro, del amante:
Alfredo Etchart. De allí que esa "traición"
tenga que pasar por el sexo, por cuanto el acto de traicionar
físicamente a Alfredo constituye un síntoma del
acceso al plano latente de lo reprimido, es decir, de lo que
ha circulado como lo no-dicho en el discurso y cuyo retorno irrumpe
en la letra de la narración y marca el corte final del
texto.
El sentido del signo "clivaje" se ha ido multiplicando
y complejizando: quiebre, escisión, ruptura, terminación,
finitud; reconocimiento del límite y la limitación
de lo reprimido; traición como modalidad de deslinde de
la identidad sexual-genérica. Este deslizamiento y desplazamiento
de los significantes conduce a la experiencia del sexo como sitio
donde se puede confrontar lo reprimido instrumentar la des/construcción
del sentido ausente y silenciado. En efecto, creo que podemos
interpretar que los trece años de la fidelidad incondicional
de Irene --lo que ella misma llama "su inquebrantable fidelidad"
a Alfredo, el único hombre de su vida-- enmascaran en
ella las vicisitudes de una sexualidad reprimida. Esto se hace
más evidente en el hecho de que la restricción
sexual no sólo es adoptada voluntariamente por la protagonista,
sino que además queda confrontada por una explícita
y constante no correspondencia por parte de Alfredo. Por lo demás,
a lo largo de Zona de clivaje, las fantasías eróticas
forman parte de la crisis de Irene. Dichas fantasías suplantan,
rehuyen y difieren (reprimen) toda focalización en la
posibilidad de "otro hombre", constituyéndose
más bien como recuerdo de solitarios placeres autoeróticos,
memoria asociada casi siempre a la niñez de la protagonista.
La insistencia en estos detalles construye un marco de referencia
importante para comprender el alcance de la secuencia final de
la novela, en la que Irene toma la iniciativa de realizar un
encuentro sexual fortuito con un desconocido. La consumación
de este acto, narra el texto, "no la sorprendió demasiado
porque, en cierto modo, ya lo había planeado así
un mes atrás --como planeaba ella las cosas: echar una
decisión al viento y dejar que el resto lo hiciera esa
voluntad subterránea que nunca torcía la proa,
que poco a poco la iba socavando, la iba convenciendo de que
tenía que ser así, con un desconocido que sólo
sabría de ella la piel tostada por el sol; un mero instrumento,
¿de qué?, aún no lo sabía, pero acá
estaba..." (260). El final de este acto de "traición"
marca la conclusión de la narración novelesca:
"Entonces cerró los ojos. Y abandonando a la muchacha
del cristal, llena de sí misma, reconcentrada en sí
misma, cargando por primera vez sobre su cuerpo el pavoroso peso
del mundo, caótica y única y desolada, dijo: --Fui
feliz" (284).
El punto final de la historia de Irene
coincide con la toma de responsabilidad independiente de la protagonista
"por primera vez": el fin da comienzo a otro inicio.
En la conclusión del proceso narrativo, por otra parte,
Irene, el sujeto del deseo "femenino" (es decir, del
deseo imaginario), comienza a intervenir en su propia voluntad
de sexualidad, rompe su circunscripción narcisista a la
mirada del otro y desata su lengua en la práctica abierta
de la escritura. En Zona de clivaje, como en el resto
de la obra de Liliana Heker, la escritura causa la aparición
de lo invisible, de "lo que no se ve" aunque (o precisamente
porque) estaba ya ahí, jugado en las superficies
de lo real sobre las cuales se inscribe lo que incesantemente
com/parece ante el ojo y la mirada, configurando la complejidad
dialéctica de esta concreta vida humana, íntima,
histórica y material.
En Zona de clivaje, en conclusión, Liliana Heker
ha explorado la mirada de y desde la mujer en cuanto sujeto,
vale decir, como identidad sujeta a las determinaciones históricas
del imaginario femenino en un dominio patriarcal como el de la
sociedad argentina contemporánea. Este trabajo de la escritura
se inserta coherentemente en el "proceso de autovisualización"
que caracteriza a la escritora hispánica actual: ese "mirarse,
criticarse y analizarse" que señala los rumbos contemporáneos
de su labor literaria (Arancibia y Rosas 17). La originalidad
de Heker en esta novela radica, a mi juicio, en la lograda unidad
de contenido y expresión; más precisamente, en
el modo como ha logrado dicha unidad, desarrollando una
práctica textual de tipo experimental que se asocia a
los métodos y alcances de las proyecciones estéticas
de vanguardia.
Como mujer que escribe, Liliana Heker realiza el proyecto de
"autovisualización" en el dominio histórico
sociocultural de una práctica concreta de escritura. En
ésta, las figuras auto- reflexivas de la mujer que se
mira, se critica y se analiza cobran una forma compleja de duplicación
y des/doblamiento textualizada en una estrategia narrativa que
se localiza en la búsqueda de lenguaje. A lo largo de
este proceso de búsqueda de sí misma, a través
de la densidad discursiva de su tiempo y de su espacio, el sujeto-mujer
descubre lo que he llamado el inestable simulacro del sujeto.
Partiendo de este acto desenmascarante, la mujer encuentra un
posible camino de "salida" del imaginario femenino
patriarcal, o sea, del circuito especular en que se encontraba
encerrada. Como Irene, puede llevar a cabo la "traición"
necesaria al simulacro montado sobre las pautas recibidas, para
entonces superar a "la muchacha del cristal" y asumir
la plena responsabilidad concreta, "sobre su cuerpo",
de su relación con lo Otro, con el "pavoroso peso
del mundo".
OBRAS CITADAS
Arancibia, Juana A. y Rosas, Yolanda, eds. La nueva mujer
en la escritura de autoras hispánicas: Ensayos críticos.
Montevideo: Editorial Graffiti, 1995.
Cruz, Jacqueline. "De El cuarto de atrás a Nubosidad
variable." La nueva mujer en la escritura de autoras
hispánicas: ensayos críticos. Ed. Juana Arancibia
y Yolanda Rosas. Montevideo: Editorial Graffiti, 1995. 125-142.
Derrida, Jacques. L'écriture et la différence.
París: Éditions du Seuil, 1963.
Ducrot, Oswald y Todorov, Tzvetan. Dictionnaire encyclopédique
des sciences du langage. París: Éditions du
Seuil, 1972.
Foucault, Michel. Histoire de la sexualité, I. La volonté
de savoir. Paris: Editions Gallimard, 1976. (Dado que no
he podido consultar la edición española, cito por
la francesa y doy mi propia traducción.)
García, Graciela. "Hacia una lectura de la narrativa
de Liliana Heker". Texto inédito de la ponencia presentada
en el XVII Simposio Internacional del Instituto Literario
y Cultural Hispánico, "La mujer en la literatura
del mundo hispánico", que tuvo lugar los días
9 y 10 de octubre de 1998 en el plantel de la Universidad Estatal
de California en Northridge.
Heker, Liliana. Zona de clivaje. Buenos Aires: Legasa,
1987.
Lotman, Yuri M. La estructura del texto artístico.
Madrid: Fundaciones ISTMO, 1988.
NOTAS
1. Agradezco al Programa de Estudios
de la Mujer, Mills College, las becas "Meg Quigley Fellowship"
que me fueron otorgadas en 1997 y 1998. Éstas me permitieron
llevar a cabo un proyecto de investigación y estudio sobre
la escritura de la mujer hispánica que constituye el fundamento
del presente trabajo.
2. Para una definición semiótica
de estos dos términos de la narratología, véase
Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov 1972: 333ss.
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