Autonomía Automática
Consideraciones especulativas previas a la concepción
de Mental, Central, Perifèric
Mental/Central/Perifèric es una producción
en la que la Orquestra del Caos trabaja actualmente. En la base de la gestación
de este proyecto están los conceptos de meme, gene, virus, mente,
código genético, transcripción, parasitismo, información,
autómata, duplicación. En forma de instalación interactiva
que utiliza tecnología sofisticada, Mental/Central/Perifèric
está concebido como medio artificial del que surge, como resultado
de la interacción con los intérpretes, una forma musical
emergente a la que a menudo nos da por llamar concierto inter-media.
José Manuel Berenguer
Guitarrista y Compositor,
Orquestra del Caos
Presidente de la Asociación de Música Electroacústica
de España
|
"Hay un concepto que es el corruptor y el desatinador de
los otros. No hablo del mal, cuyo limitado imperio es la ética;
hablo del infinito"
Jorge Luís Borges
Otras inquisiciones |
La muerte de la Historia, la del Arte y la de Dios fueron anunciadas
en el siglo pasado. Las condiciones particulares en que eso se produciría
no fueron previstas en detalle, pero una buena parte del pensamiento occidental
--Rudolf Clausius enunció la forma casi definitiva del segundo principio
de la termodinámica en 1865-- ya aceptaba para todo sistema la tendencia
inexorable al desorden. Comprender que la Historia es un subsistema del
Universo es un paso obligado para asimilar el hecho de que, más
que de muerte, se trata de disgregación, multiplicidad, polivalencia,
regeneración, nueva asunción de la nada y a partir de aquí,
en movimiento eterno y cíclico, la creación de otra cosa
otra vez.
Vinculable a la del apeiron aristotélico, la de Borges
es una visión ciertamente negativa del infinito, de la misma forma
que lo es la idea de Caos en muchos griegos clásicos, así
como la Nit y la Tiamat babilónicas o a la Mrtyu hindú, confinadas
estas últimas al papel de último residuo cósmico.
De la misma manera que el apeiron , negado explícitamente
por Santo Tomás, y el infinito sincategoremático de Petrus
Hispanus, el Papa Juan XXI, la idea de infinito primordial de los pensadores
jónicos, basada en la posibilidad de disolución y de formación
cíclica, amenaza la estabilidad del Cosmos : las tempestades del
Caos podrían sugerir la idea de Anaximandro, según la cual
la formación de vórtices tempestuosos induciría un
movimiento rotatorio distribuidor de la materia en orden concéntrico,
de acuerdo con la intensidad y la gravedad. Esto produciría la formación
de un cosmos en cada vórtice y resultaría una infinitud de
cosmos coexistentes, engendrados de la multiplicidad infinita de vórtices
surgidos del interior de las tempestades que agitan el Caos.
Una concepción positiva del Caos siempre ha sido lógicamente
aceptable. La visión de Anaximandro, el primero que hablara de apeiron
, ya supone una orientación en esa dirección. Es en virtud
de ella que Carles H. Mor escribe "hem superat tots els lìmits,
s'imposa un retorn al desordre". El Caos está, siempre lo ha
estado, en la base de todo acto creador, tanto si es artístico,
como si no lo es. Parece bastante cierto que, si Caos comporta apertura,
lo que es indeterminable, innombrable, inclasificable, irreductible, así
como todo aquello que no puede ser conocido a priori, entonces lo contrario,
el saber o el conocer definitivamente, la ausencia de movimiento, tan sólo
puede tener un único significado : la muerte cierta a la que un
día u otro todos habremos de hacer frente.
Sin embargo, que las cosas ordenadas se desordenan es conocimiento popular
enunciado por el segundo principio de la termodinámica. En virtud
del paso del desorden primigenio al orden mortal nos encontramos nuevamente
en el desorden. Se trata un proceso direccional, irreversiblemente cíclico
: del desorden nace el orden que se trasmuta en desorden. Y es que, como
dice Michel Serres en Le Passage du Nord-Ouest , "el hecho
bruto de la muerte rompe la reversibilidad de las cosas".
La prevención contra lo que no tiene límite es vieja y
se mantiene viva a lo largo de la historia de Occidente: el malitiae
dedecus de Severino de Boecio no abandona la tradición aristotélica
y coincide con el parecer de Anaximandro, para quien el apeiron
es causa última de creación, pero también de destrucción
de todas las cosas. Curiosamente, a pesar de la necesidad de considerar
la actualidad real del infinito en la obra de Antifón, Arquímedes
y Eudosio, la argumentación filosófica a favor llega mucho
más tarde a ser consistente.
En cuanto a la influencia del Caos en nuestro interior más recóndito,
¿sabemos lo que queremos? Si es pensable y deseable, ¿es
posible? Al menos desde alguna perspectiva, puede parecer que las cosas
imposibles pertenecen a dos clases excluyentes : imposibles-sólo-ahora
o imposibles-para-siempre. ¿Hasta que punto aquello que ahora uno
desea y ahora no es podría ser considerado utópico? ¿En
la medida en que no existiera ningún camino para llegar a ello?
¿Y si el único camino posible fuera atópico? ¿Qué
información da de uno el hecho de que lo que quiere sea o no posible
ahora o en algún otro momento? Aún más, ¿puede
uno pensar realmente que es libre de querer lo que quiere? La búsqueda
de un estado de auténtica libertad del que puedan emanar las voliciones,
dice Shopenhauer en Über die Freiheit des menschlichen Willens , provocaría
una fuga al infinito sin solución : la respuesta afirmativa a la
pregunta de si el hombre puede querer lo que quiere, justifica la pregunta
de si el hombre puede querer lo que quiere querer, y así sucesivamente
sin convergencia... Para superar paradojas no demasiado lejanas a ésa,
Wittgenstein concluye, en la proposición 5.632 del Tractatus
que "el sujeto no pertenece al mundo, es un límite del mundo".
Por el contrario, no parece que el Viejo Bach temiera al infinito. No
le mareaba demasiado considerar una recursión infinita : decir,
escribir al margen de la partitura del Canon per Tonos del Arte
de la Fuga , querer ver crecer la gloria del rey de la misma manera
que la modulación crece, es la formulación de un deseo semi-inconsciente,
si consciente del todo no es, de plantear para algunos conceptos, tonalidad
y gloria real en este caso, un límite fuera del mundo. Es notable
la sutileza del recurso bachiano que glosa ese deseo inalcanzable. Al terminar
la primera vuelta, la tonalidad del canon no es la misma que la del principio
: ha aumentado una segunda mayor. Al cabo de seis modulaciones sucesivas,
después de haberla abandonado aparentemente, la tonalidad del principio
aparece de nuevo como por arte de magia. La tonalidad que se alcanza es
la misma que la inicial, sólo ha cambiado de octava. En ese punto
el Canon per Tonos puede terminar --ésa es la interpretación
más extendida--, pero me pregunto si a Bach no le habría
seducido la idea de Bruno según la cual el intelecto llega allí
donde no lo hace ningún proceso ilimitado, como lo es, precisamente,
ese volver y volver indefinidamente sobre la música a fin de remontar
al infinito la gloria del Rey Federico el Grande de Prusia.
La nunca coherentemente formulada obligación formal de poner
límites a las músicas a menudo ha dado problemas. Se contradice
con la casi continua tendencia al desbordamiento de las dimensiones del
espacio en que la música tiene lugar. A menudo me pregunto si la
música dejará de ser música a medida que desborda
sus límites. Y la pregunta es extensible a las otras artes. De hecho,
ésta fue la intuición de Fontana, la negación del
arte por la confusión de los límites es una tesis vinculable
a la tendencia hacia la inmaterialidad de muchas obras. Quién sabe
si ello es vestigio viviente de ese "vivo sin vivir en mí"
que tiñe la mentalidad de occidente con intensidad variable a lo
largo de su Historia.
La música está llena de ejemplos que muestran una marcada
inflación dimensional. Un caso importante es la expansión
temporal en crecimiento casi monótono, de las canciones populares
a las sonatas de Beethoven, de desmesuradas codas, y a las óperas
de Wagner, monumentales, por no hablar de los últimos trabajos,
operísticos también, de Messiaen o de Stockhausen, que duran
días. Otro no menos notable es el ensanchamiento de los límites
espectrales y dinámicos, casi continuo en occidente, del Canto Gregoriano
a las obras de los románticos y a las producciones musicales electroacústicas
de este siglo, músicas tecno y afines incluidas, convertidas, en
virtud de los enormes márgenes dinámicos que las caracterizan,
en dispositivos notablemente potentes como represores-aislantes sensoriales.
¿Es la pérdida del yo, la anulación de la consciencia,
un límite deseado, un extremo de una tendencia, una utopía
popular no explícitamente formulada? Al margen de esta inmersión
individual en la negación de la propia función de intercambio
de información y de energía con el mundo, donde la verbalidad
del discurso deja paso a la gestualidad y la cultura deviene cultura del
gesto, en todos los medios observo falta de utopías claras. No parece
que exista un ideal social suficientemente diferenciado del viejo socialismo
en crisis, que lo está, por cierto, especialmente, a causa de la
crisis de su práctica más generalizada.
A veces pensamos que la tecnología cambiará totalmente
la vida de la Humanidad, que gracias a ella los mercados evolucionarán
de manera que el acceso de los usuarios a los productos sea directo, la
plusvalía desaparezca, las conductas capitalistas se vuelvan inconsistentes
y por ello la estructuración de la Humanidad devenga horizontal,
que todo el mundo sea libre, creativo y goce de las mismas oportunidades.
Ojalá lleguemos a estos extremos, pero es la Humanidad, ella misma,
por la suma de los poderes de las voluntades, la que cambia constantemente
de vida. La tecnología es uno más, muy importante, es cierto,
entre todos los aspectos determinantes de los cambios humanos. Siempre
nos hemos servido de ella para evolucionar, pero ni de lejos es ella la
esencia de la evolución. Tampoco lo es el hombre ni el genoma que
lo posee y dirige. Ni la misma vida, en abstracto. La esencia de la evolución
es la materia toda en bruto. Y en el extremo, tampoco es la materia, sino
algo en la más íntima relación con ella : la información,
de la que la materia es portadora desde que fue materia en el primer instante,
es la causa de las evoluciones que observamos. Que en este momento de la
Historia del Universo y desde aquí, en la Tierra, la tecnología
nos parezca esencial es tan sólo una cuestión de perspectiva,
un síntoma más de antropocentrismo.
En cualquier caso, el desarrollo masificado de esta tecnología
de la computación y de las telecomunicaciones que tanto nos fascina,
determinará una población cada vez más densa de intermediarios
especializados en la distribución de imaginarios, que es lo que
ya actualmente más vende y prolifera, mucho más que la variedad
de los productos en sí mismos : confianza, seriedad, eficacia, velocidad,
discreción, seguridad, distribución, son algunos de los conceptos
que sólo una red completa de intermediarios entre productores y
consumidores puede asegurar. No hace falta navegar demasiado por el World
Wide Web para darse cuenta : el acceso a la información está
voluntariamente filtrado, la tendencia a la proliferación de editores
y dispositivos de búsqueda es cada vez más exagerada, cada
vez más exclusiva. Sinceramente, me parece como si, temo que, estoy
casi seguro, no nos engañemos, ciertas previsiones de cariz utópico
vinculadas al desarrollo de la tecnología no sean otra cosa que
los slogans propagandísticos indispensables para la difusión
de un producto en un mercado donde progresivamente se incrementa el enraizamiento
en la competencia y en la plusvalía. Situamos de esa forma la Utopía
al mismo nivel que los imaginarios distribuidos por los intermediarios,
convirtiéndola en un factor más de valor adicional de los
productos tecnológicos. El significado atribuido a las palabras
evoluciona y la deriva lo lleva a la disolución en el ruido. Si
como resultado global de la suma de los poderes de las voluntades permitimos
que el sentido del término desaparezca y derive en algo no conflictivo,
debe ser porque entre todos pensamos que la Utopía, tome la forma
que tome, es peligrosa.
A veces sorprenden formulaciones como ésa que ahora está
de moda en medios tecno-artísticos y según la cual hemos
llegado ya al futuro y ahora lo que hay que hacer es ver pasar las cosas
para decidir que haremos más adelante. Me pregunto quiénes
son los que han llegado al futuro de quién. Si al lado del Tercer
Mundo, tenemos en cuenta aquéllos que en el primero no pueden acceder
de ninguna manera a la tecnología porque no tienen suficiente poder
adquisitivo para procurársela -pienso especialmente en esta nueva
clase emergente que no tiene el privilegio de la ocupación-, ¿en
qué mundo podemos pensar que alguien pueda haber llegado a algún
futuro previsto por alguna utopía? Aceptemos que unos cuarenta millones
de personas tengan actualmente acceso de calidad media a Internet. ¿Son
éstas las que han llegado al futuro de los diez mil millones que
quedan? ¿Y entre éstas, quienes han llegado al futuro de
las otras? ¡Se trata de unos pocos miles! Comprendo que las aplicaciones
artísticas de la tecnología lleguen a impresionarnos, especialmente
a aquellos que la utilizamos cotidianamente. Pero que mucho menos que cuatro
de cada mil personas accedan a ciertas cosas no es prueba de haber llegado
a ninguna meta relevante. Es interesante, de todas maneras, la constatación
de la existencia de una clase privilegiada -sólo juego con la terminología
marxista, no pretendo usarla en toda su significación-, casta o
grupo, que crea haber llegado a la última frontera, que más
lejos no se pueda llegar. Toma cuerpo así otra muestra del dominio
y la prevalencia de la competitividad como la más deseable característica
de las personalidades que habrían de intervenir activamente en las
sociedades del futuro, para las que, paradójicamente, se prevé
una estructura horizontal, igualitaria, donde ningún hombre tenga
más poder que los demás. Si no se considera claramente patológica,
¿no parece, al menos, a todas luces enfermiza esta complacencia
en el hecho de pertenecer al grupo de los escogidos, al grupo cuyas experiencias
piloto producirán hallazgos ulteriormente extensibles a una Humanidad
más equilibrada? ¿O tan sólo es ingenua?
Este sentimiento no es nuevo entre los grupos de personas vinculados
de alguna manera al desarrollo tecnológico o a la investigación
artística con medios nuevos y sofisticados. Al fin y al cabo, debería
admitir que la necesidad de pertenecer a alguna élite es muy humana,
que la soledad, es decir, la clausura, los propios límites, pues,
es difícilmente soportable, asimilable. En el mundo musical, tal
vez el primero entre los artísticos en utilizar la tecnología
derivada de la electricidad, pero también en el de las artes gráficas,
y ahora casi por todas partes, resulta divertido al tiempo que desconcertante
comprobar la seguridad con que los partidarios de una tecnología
justifican su superioridad en relación a las otras. Las únicas
conclusiones que me atrevo a resolver son, por un lado, que unos no conocen
las ventajas de las tecnologías que los otros usan y, por otra,
que la causa última, que no razón, de la vehemencia de las
argumentaciones acostumbra a ser la inseguridad personal en un mundo extraordinariamente
agresivo que pide, una vez más, a escondidas ahora, empero, y a
pesar de esa horizontalidad futura prometida, el sacrificio de los más
débiles, y favorece, contra la naturaleza, que es biodiversa, la
estrecha lógica de una evolución mal entendida, la cual se
apoya en la competición brutal, no cooperativa, por los recursos
del medio. Creo que una utopía digna debería tener en cuenta
la diversidad de las propuestas, la cooperación, el desarrollo sostenible,
a pesar de que no sea realmente sostenible porque con su implantación,
los recursos finitos del planeta, a largo plazo pero no infinito, tenderán
irrevocablemente a la total extinción.
Tiempo habrá para emigrar, o al menos, para conseguir que nuestras
ideas emigren y surquen los espacios a la búsqueda de materia suficientemente
compleja sobre la que instalarse, vivir, transformarse al mismo tiempo
que transformarla en una interacción íntima a fin de llegar
al límite mas inconcebible : la trascendencia. Más que la
mía, la cual he aprendido a saber imposible, quisiera la transcendencia
de las ideas. Soy consciente de que tal vez pretendo demasiado. Sin embargo,
siempre he querido cosas; especialmente, cosas que suenen, y más
generalmente, que se comporten y sean autónomas de mi existencia,
libres en la medida en la que yo lo soy o tengo la sensación de
serlo, sujetas en la medida de que su actitud sea interpretable como una
respuesta al mundo, es decir a la totalidad de las cosas que les son accesibles
en función del radio de acción de su poder de conformarlas.
No me siento como él, siempre a la búsqueda de la anulación
del ser creador en la existencia de la obra creada, de la pérdida
de la identidad propia al conferirla a algo ajeno, pero comparto cada vez
más con Cage la renuncia al deseo de controlar los sonidos. Me place
observarlos tal como son ellos mismos, estudiar como se comportan y evolucionan.
¿Podría yo, pues, desear algo diferente a una creación,
posible o imposible, tanto da, independiente, libre, autónoma, idéntica
a sí misma, responsable? Si lo deseo debe ser porque a veces lo
creo posible, que es posible trazar en continuidad hacia su existencia
un camino de sucesos alcanzables y previsibles, como hubiera querido D'Alembert,
por una teoría universal de la música, que nunca he podido
delimitar sin caer en la trampa del espejismo. Será, imagino, porque
una teoría universal, tanto si es musical como si no, no puede tener
límites en el mundo de los hombres, y el sueño de La Place,
la determinación esencial de la historia de cualquiera que sea el
hecho considerado, de la previsión total y absoluta de los caminos
del Universo, no sea, para los hombres, otra cosa que una quimera, porque
al margen de la cuestión de si es continuo o discontinuo, al margen
de si es limitado o de si no lo es, de si es o si no es, el mundo de los
hombres, ésta es al menos mi intuición, sí es limitado
y no es continuo.
Tal vez sea yo, entonces, tan ingenuo como para desear algo imposible
: a menudo me pregunto si no será por el hecho de que lo que es
no me complace, que me complace soñar que lo que no puede ser es.
Pero si algo no me complace, debe ser que otro algo distinto alguna vez
me complaciera. ¿Quién sabe pues si se trata de algo que
alguna vez fue? ¿Algo que perdí, que dejé perder o
que pude querer perder? ¿Necesité perderlo? ¿Existió
realmente? Ahora sé que Mundo y yo podríamos coincidir, sobretodo
porque un yo no puede ser mucho más que un conjunto de percepciones
e interpretaciones dispersas y dis-crónicas de un mundo. Lo sé
e inevitablemente llego a esta conclusión, pero no constantemente
experimento este sentimiento en mí tal como ahora lo formulo. Es
cierto que quiero lo que me falta y lo que creo que me falta es lo que
me falta : éste es el sentido en el que evoluciono cuando me comporto
según lo que se calificaría de creativamente. La música
que hago, cuando la hago porque directamente quiero hacerla, tiende a ser
la que echo en falta, la que no es, o al menos, cuando no alcanzo a negarla
más categóricamente, aquella cuya existencia desconozco.
Y deseo la música, la actividad artística, la creación
pura, no como objeto sino como camino hacia un conocimiento del mundo,
un conocimiento del yo, pues, si se admiten las intuiciones que de Mundo
poco más arriba apunto. Mis creaciones son el resultado de la actividad
inducida por la falta. La distancia entre lo que quisiera y lo que es o
resulta de mis interacciones con el entorno, una medida relativa del deseo,
que sería, en este contexto, equivalente al des-deseo.
Esto quisiera: comprender el mundo, comprenderme. Comprenderme para
reproducirme y reproducirme para comprenderme. En Contra el Método
, Paul K. Feyerabend observa, sin embargo, que la descripción exhaustiva
de cualquier objeto, incluida su propia lógica, es auto-contradictoria.
¿Cómo podría yo, pues, describirme a mí mismo?
¿Como podría reproducirme, por otra parte, si la identidad
no existe más que como límite? De todo esto surge mi interés
por los autómatas, las producciones lingüísticas y la
necesidad de una poética en la que el mundo es formalizable, aunque
pueda no serlo. De aquí la fascinación por las redes de neuronas,
los isomorfismos entre propuestas artísticas y planteamientos biogenéticos,
los intentos de crear cosas sensibles, adaptables a su entorno, modificadoras
de su entorno. De aquí también la creencia, quién
sabe si atávica, presente en mí incluso antes de tener consciencia
de pensarla, en los extraños poderes de la música. De aquí
los trabajos en osciladores acoplados y Lucy, la colonia sintética
de luciérnagas amazónicas a la que hace unos años
di vida, la cual, como espejo de un mundo efímero hecho de interacciones,
respuestas, intercambios periódicos de información, estabilizaciones,
desestabilizaciones y catástrofes, crea ritmos complejos, latido
tras latido, en ininterrumpida y no determinable respuesta lumínica
y sonora a la influencia de un mundo del que ella misma forma parte. Un
mundo que, de forma variable y diversa, cada día la ilumina.
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